domingo, 27 de julio de 2008

"He encontrado la gran riqueza del pobre, los valores de simplicidad, solidaridad y aguante en la vida"

Que, ¿por qué estoy aquí? Por tratar de seguir los caminos del Señor, porque… «Me has seducido Yahveh y -con mucho gusto- me dejé seducir, me has agarrado y me has podido» (Jer 20).
Nací en Guipúzcoa, en un pueblito rural de seiscientos habitantes a treinta y cinco km. de San Sebastián, en el seno de una familia muy cristiana y practicante, con un tío sacerdote, tías religiosas, «Hija de María» por madre y por pertenecer a la Congregación de la Parroquia. Soy la más pequeña de nueve hermanos. Hoy tengo setenta y tres años.
Quizá porque era «medio trasto» a los quince años, me llevaron mis padres al internado de la Compañía de María en Irún, sin que ellos pensaran ni yo tampoco que iba a ser lo que siempre he considerado como mi primera experiencia con religiosas.
Digo esto porque pienso que fue mi primera «cepillada» viniendo de un ambiente rural y que más tarde cosecharía los resultados. En unos Ejercicios Espirituales del colegio me dijo el sacerdote que mis inquietudes podrían ser indicio de una vocación religiosa, pero luego, todo fue cayendo en el olvido.
Miraba mucho a los chicos, sabía muy bien quién me gustaba y quién no. Así pasaron los años de mi juventud, saliendo en lo posible a pueblos más importantes que el mío donde tenía hermanos casados y que me resultaban más divertidos, podía ir al cine y alternar con otras amistades. Después de un año de «pensarlo muy bien» empecé a salir con un
muchacho con quien compenetraba mucho a la par que nos exigíamos mutuamente. Al año y medio de mucha seriedad pero viendo que nuestro enamoramiento no progresaba, decidimos dejarnos.
¿Por dónde me llevaba Dios? Esta bella época me sirvió para caer en la cuenta de que el amor de un hombre no terminaba de llenar las ansias de mi corazón. Tenía un director espiritual a quien tengo que agradecer algún conocimiento e intimidad con Jesús, aunque por él nunca hubiera sido religiosa, pues decía que había otros muchos caminos para ser
buena cristiana.
De mi tía, Catequista Sopeña, heredé la devoción al Corazón de Jesús y todos los días rezaba la Novena de Confianza, encomendando mi elección de estado.
Al poco tiempo de terminar mi noviazgo hice los Ejercicios Espirituales en Loyola y a los cuatro meses ingresaba al Instituto catequista Dolores Sopeña con mis veintiséis pasados años a la espalda.
Según mi tía, siempre pensó en mi vocación pero nunca me lo demostró, me quería libre y es más, me ayudó en detalles de mi noviazgo.
Etapa feliz la de mi noviciado y aunque digo que era muy cristiana, la solidez de la formación en el Instituto me ha enseñado a ser mujer, Catequista hija de Dolores Sopeña, a conocer, amar a Dios, a Jesús, a descubrir al Espíritu que habita en mí y con ellos y por ellos, a amar a los hombres mis hermanos. Mis veintitrés años por Argentina, Chile y sobre todo México, donde más de cerca he vivido con quienes carecían de bienes materiales y espirituales, han supuesto un tremendo enriquecimiento. En ellos encontré la gran riqueza del pobre, los valores de simplicidad, solidaridad y aguante en la vida.
A mi vez, trabajé con ahínco en dar a conocer a Jesús y el amor de un Dios «tres veces Santo y mil veces Padre» (D.Sopeña).
Dificultades, disgustos y problemas… claro que los ha habido a lo largo de los 46 años de vida religiosa pero, su fidelidad ha hecho posible la mía. Por eso en mis Bodas de Plata pude cantar:
Engrandece mi alma al Señor:
Porque, ha mirado con amor mi pequeñez,
me ha llamado a seguirle en este Instituto,
me ha sostenido en momentos de lucha e incertidumbre,
se sirve de mi para hacer llegar Su amor a las personas,
me ayudará a seguir hasta el final.
Por todo esto y por mucho más, con María,
MI ALMA GLORIFICA AL SEÑOR MI DIOS.

No hay comentarios:

Publicar un comentario