martes, 27 de mayo de 2008

"Vi la felicidad que transmitían…"

Me llamo Pamela, soy chilena. Mi familia está formada por mis papás María Cristina y Belarmino y mis hermanos que se llaman Rodrigo, mellizo conmigo, Cristina y Gustavo.
Mi niñez la viví en un barrio popular de Santiago de Chile, entre juegos y amigos.
De mis papás aprendí a valorar lo sencillo de cada día, la alegría de compartir con otros lo poco, lo suficiente e incluso dar aquello que era bueno para nosotros, pero que otros lo necesitaban mucho más.
Las circunstancias hicieron que dejara mi familia para estudiar una carrera universitaria en la ciudad de Osorno, allí entre amigos y estudios conocí el Hogar de Cristo (Institución que atiende a los más pobres entre los pobres). Sentí la necesidad de agradecer a la vida todo lo que me daba y pasé a colaborar como voluntaria, donde inicié un camino de encuentro con lo humano en profundidad con los más rotos, personas mayores solas, tristes, de los que aprendí a escuchar, a estar y sobre todo a reír. Además, se despertó en
mí, la sensibilidad social, provocando preguntas, cuestionamientos, etc.
Junto con esto, visitaba el hospital de la ciudad fue una experiencia que me ayudó a valorar el don de la vida, pero comencé a sentir un tremendo vacío interior que no sabía explicar con precisión, como deseos de algo más…
Regresé a Santiago, seguí ayudando como voluntaria en una capilla y en un comedor abierto para ancianos abandonados. Comencé a trabajar en un colegio de Enseñanza Básica… y aunque me hacia muy feliz seguía sintiendo que eso no lo era todo…
Un día mi hermana, me invitó a hablar con una «religiosa», según decía era diferente a las que conocíamos en el barrio. Fuimos a verla ¡me quedé impresionada de su acogida!, me dijo que pertenecía al Instituto Catequista Dolores Sopeña. Me pareció que el nombre era bastante raro pero no me importó, me quedé con la disponibilidad para escuchar atentamente como si lo mío fuera lo más importante.
Contagiaba alegría, pensé que esto era una excepción, pero cuando conocí al resto de las hermanas de Comunidad, vi la felicidad que transmitían y el ambiente de familia que se respiraba...
Me pregunté si también yo podría ser como ellas... Así inicio el proceso de acompañamiento para descubrir a la luz de la fe donde me quería Dios. Sin embargo en ese instante no pensaba en la vida religiosa, ni nada parecido, me agradaba hablar de
esos deseos que iban surgiendo y que no sabía como llamarles... Si antes, el nombre del Instituto me parecía extraño, cuando leí la vida de Dolores Sopeña comprendí su Obra y su Misión en medio del mundo.
Me sentí profundamente atraída por ella y por su figura, fue entonces cuando tuve la experiencia profunda de sentirme y reconocerme amada por Dios.
A partir de ese momento supe con claridad que Dios me quería allí. Pedí el ingreso al Instituto. No fue fácil el cambio de vida, el dejar a mi familia, a mis amigos, el trabajo, el voluntariado… era un empezar de nuevo, un tiempo de aprendizaje, de descubrimiento…
Después de casi un año, viajé a Ecuador para vivir la primera etapa de formación, ¡qué país más lindo! Su gente me enseñó a disfrutar de lo sencillo…
En este periodo creció el sentido de pertenencia al Instituto y a Dolores Sopeña.
El apoyo en momentos de dolor por la salud tan delicada de mi papá, el sentir la lejanía y la soledad fueron realidades que integré con la ayuda de la formadora, el testimonio de la Comunidad y por supuesto de hermanas que fueron luz en el camino. Al final de esta etapa el Señor me consagró en el Instituto Catequista Dolores Sopeña con la profesión de los primeros votos. Descubrirme en este «estilo de vida» es una gracia.
La misión, la formación, el trabajo con jóvenes y con adultos me permiten afirmar que soy feliz y que este es mi lugar.
Viví en Madrid, España, donde lo fuerte es el trabajo con inmigrantes; con ellos, tratamos de construir el gran ideal de Dolores «Hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo Jesús» entre los más alejados, los que no le aman porque no le conocen.
Ofrezco lo que soy con alegría, con la escucha y la acogida, así como he experimentado la paciencia y cercanía de Jesús a lo largo de este proceso en los rostros de tantas Catequistas y amigos en el Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario