jueves, 17 de mayo de 2007

Cómo se fue gestando mi vocación

Soy María Teresa Pino, nacida en Chile en la ciudad de Concepción. Mis padres se llaman María y Miguel. Mis hermanos Miguel, Marco y Renato. Mi infancia estuvo marcada por la presencia de mi abuelita que inició mi vida de fe junto con la presencia de mis padres, que me transmitieron un fuerte sentido de lo social, de solidaridad y equidad.
¿Cómo se fue gestando mi vocación de Catequista Dolores Sopeña? Puedo decir que en el contacto con los más pobres. Cuando tenía 16 años, una tía que pertenecía al Instituto, me invitó a participar de una misión en un sector rural junto a otros jóvenes. Acepté la invitación y desde ese momento comenzó a cambiar mi vida. ¿Por qué? Porque sentí la necesidad de conocer más y mejor al Dios que había empezado a anunciar y que fuertemente se fue manifestando en un hombre sucio y harapiento.
Ingresé a una Comunidad de Vida Cristiana (CVX), Comunidad asesorada por una religiosa del Instituto Catequista Dolores Sopeña. Ahí me fui formando y se acrecentó mi inquietud de compromiso social con los más pobres. Tomé contacto con gente muy sencilla de poblaciones. Comenzamos a organizar misiones rurales, donde con una amiga con la que compartíamos muchas locuras, recorríamos casa por casa pidiendo juguetes para poder celebrar la Navidad con los niños de esos lugares. No escatimábamos esfuerzos para lograr la meta. Muchas veces vendimos cosas nuestras para juntar los fondos necesarios para nuestras actividades.
También los niños de la calle fueron ocupando un lugar especial.
Surgió el deseo de estudiar Educación Parvularia, me atraían los niños. Ingresé a la Universidad de Concepción. El anhelo de ser Educadora se fue diluyendo a medida que me acercaba al final de la carrera. Tomaba más fuerza la inquietud de dedicar más tiempo a los demás, quizás toda mi vida… En una experiencia de Ejercicios Espirituales, Dios me hizo experimentar su llamada.
Me demoré en contestarle, sentía que tenía que dejar muchas cosas que eran importantes.
El Señor insistía e insistía hasta que ya no me pude negar más. El no usar hábito me atraía. Podría llegar a todos. Siempre me atrajo la misión de dignificar, de promover, el estar, el salir al encuentro de los más necesitados y alejados de Dios y de la Iglesia.
Ingresé al Instituto el año 1984, en medio del desconsuelo de mi mamá, la «resignación» de mi papá y los comentarios de mis dos hermanos mayores. Hoy, son ellos, los más contentos por mi opción.
Mi primera etapa de formación fue en Buenos Aires, Argentina. Ahí comencé a conocer mejor al Instituto y su apostolado. Tengo que agradecer la experiencia comunitaria, vivida ahí, que era la primera.
Continué mi formación inicial en Santiago de Chile. Fue un tiempo de más intimidad con el Señor, más tranquilo en lo apostólico, más hacia adentro. La etapa siguiente fue en Roma. Un salto grande que recuerdo con mucha alegría por las vivencias de universalidad.
Una vez realizada la Profesión Perpetua, el año 1994, mi destino fue Buenos Aires. Allí seguía viviendo mi entrega radical en misiones, en lugares extremos.
En lo personal siempre me han gustado los desafíos y las grandes cosas, esas por las cuales vale la pena entregarse y dar la vida día a día. La experiencia de vivir en medio de los pobres, en una comunidad de inserción al norte de Argentina, me hizo descubrir la presencia del Señor en ellos. Desde el año 2000 estoy en Santiago de Chile realizando trabajos en la cárcel de hombres, trabajos con jóvenes, misiones en lugares extremos y abandonados.
Puedo decir que, en estos veintidós años que llevo en el Instituto, he crecido y me he ido enriqueciendo en el servicio y entrega generosa a los demás. En los momentos más difíciles, ha sido el rostro sufriente de Cristo, el que me vuelve a seducir y conquistar. Soy muy feliz y vuelvo a expresarle desde lo más profundo de mi corazón al Señor, lo que llevo escrito en mi anillo: TUYA.

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